Número 1- Un mundo por ganar-http://www.unmundoporganar.org

Carlos Julio Báez Evertsz

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1.Una vida por el socialismo

Rosa Luxemburgo nació el 5 de marzo de 1871 en la ciudad polaca de Zamosc. Sus padres eran judíos, de una posición económica media y con los altibajos económicos de un comerciante y, además judío, sometido a ciertas trabas para el ejercicio de su actividad.  Rosa era pequeña,  delgada, tenía una ligera cojera y una gran inteligencia.

A una edad muy temprana, a los dieciséis años, se unió a un grupo socialista denominado “Proletariado” y fue muy activa en sus labores de propaganda y organización entre los obreros de Varsovia. En 1889 partió a estudiar a la Universidad de Zúrich (en esa época no había ninguna universidad en Polonia dónde las mujeres pudieran estudiar). Esa ciudad Suiza estaba llena de emigrados políticos rusos y polacos que llevaban a cabo una intensa actividad política.

En la Universidad de Zurich comenzó a estudiar en la Facultad de Filosofía, siguiendo cursos de ciencias naturales, en 1892 se cambió a la Facultad de Ciencias Jurídicas e inició estudios de Ciencias Políticas y de Economía. Su principal interés se centró en la economía política y se dedicó al estudio de la obra de Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx. Era célebre entre sus compañeros de estudios por sus polémicas con uno de sus profesores, Julius Wolf, quien pese a sus serias disputas dijo de Rosa en sus memorias que fue su mejor alumna. El juicio de ella sobre su profesor era muy crítico, pues veía en él a un prototipo de  esos profesores que se consideran intelectuales siendo sobre todo unos burócratas:

“un burócrata teorizante que toma la materia viva de la realidad social, la divide en minúsculas moléculas, la clasifica y la etiqueta de acuerdo con sus burócratas opiniones y (…) la entrega a la actividad administrativa” de sus jefes. (Frölich, 1976, p.37)

En Zurich  entró en contacto con importantes marxistas rusos como Axelrod, Vera Sassulitch y Plejanov. Pero lo que fue más importante en su vida política y sentimental fue conocer al exiliado Lituano Leo Jogiches, también de familia judía. Este desde muy joven se dedicó a la lucha socialista y fue uno de los fundadores del movimiento obrero en Vilna. Era un gran organizador, obsesionado con la lucha clandestina y el estilo conspirativo. Pero además un gran estudioso del socialismo.

Formaba parte del grupo de marxistas rusos liderados por Axelrod y Plejánov. Propuso financiar un periódico (disponía de medios económicos para ello ya que su familia le dejó un buen caudal), pero entró en conflicto con Plejanov ya que ambos querían ser los directores del mismo. Esto le apartó del movimiento ruso y puso todas sus energías en el movimiento polaco del que se convertiría en su principal organizador y dirigente.

La relación política y amorosa de Luxemburgo y Jogiches se caracteriza por una unión de contrarios. Ella alegre, impetuosa, espontánea, genial. El taciturno, disciplinado hasta llegar a la pedantería, centrado siempre en el deber, al cual subordinaba todo. Empero, esa unión se mantuvo durante mucho tiempo. Jogiches era el principal crítico de Luxemburgo, su conciencia práctica pero también su consejero en algunas cuestiones teóricas. Si bien no tenía ningún talento para escribir.

Pese a su fuerte y dominante personalidad, fue un pionero del hombre capaz de convivir con una gran mujer, manteniendo una relación de amistad, amor y armonía, no exenta de polémicas políticas y cuya relación de amistad continuó pese a momentos álgidos, cuando rompieron sus relaciones sentimentales  y ella tuvo otro amante. Era uno de esos raros hombres que pueden soportar la compañía de una mujer de gran personalidad sin experimentar que su progreso y su realización era una traba para su ego, como dijo de él Clara Zetkin.

Rosa Luxemburgo junto a Leo Jogiches fue en 1894  una de las fundadoras del Partido Social Democrático del Reino de Polonia y Lituania. Se distinguía por sus escritos en el diario de ese partido que se publicaba en París. Su principal objetivo era el derrocamiento de la autocracia zarista, ella entendía que Polonia tenía que reivindicar su autonomía cultural dentro de una república democrática rusa. No consideraba necesaria la creación de un Estado  nacional Polaco independiente.

Al producirse en Rusia los acontecimientos revolucionarios de 1905, Rosa Luxemburgo retorno a Polonia a trabajar políticamente. Su partido creció y pasó de un partido pequeño a un partido que influía en las masas. Publicaban periódicos y folletos en varias lenguas, organizaban a los trabajadores, apoyaban sus huelgas. Las autoridades arrestaron a Rosa y a Leo Jogiches. La primera estuvo en prisión sólo cuatro meses, debido a que tenía la nacionalidad alemana, ya que había hecho un matrimonio blanco con un camarada alemán, simplemente por motivos prácticos-políticos: tener esa nacionalidad  le evitaba problemas con las autoridades alemanas  y también con las rusas. Expulsada de Polonia nunca más volvió a su país natal, aunque continúo teniendo un liderazgo en ese partido desde el exterior.

Rosa hizo de Alemania su lugar de residencia y se integró totalmente a la lucha política en ese país. Alemania tenía el partido socialdemócrata más poderoso de Europa, con decenas de miles de afiliados y unos sindicatos fuertes. Trabajó junto a Karl Kautsky, quien era el más importante teórico marxista occidental y director  del periódico  Die Neue Zeit. Escribía regularmente en la prensa socialdemócrata  e incluso llegó a dirigir, por un  breve periodo, un diario. Fue también profesora de la Escuela del Partido.

2. Polémica sobre el revisionismo y reformismo

Rosa  Luxemburgo pronto se destacó polemizando con otro de los teóricos del partido, Eduard Bernstein, quien publicó una serie de artículos sobre “Los problemas del socialismo”, dónde teniendo en consideración la evolución del capitalismo consideraba que de manera gradual se iría instaurando el socialismo, si bien esto no implicaba, según él, que se renunciara a la conquista del poder político por la clase trabajadora política y económicamente organizada.

Eso sí, se oponía a la idea de que el derrumbe de la sociedad burguesa estaba cercano y que en función de ello el Partido Socialdemócrata  debía regular su táctica en vista de esa catástrofe social inminente. Los hechos demostraban, desde su óptica, que en vez de prepararse para una caída inminente del capitalismo, los trabajadores debían luchar por la democracia, por las reformas y por transformar el Estado en un sentido cada vez más democrático.

Rosa Luxemburgo le replicó con virulencia, pasión, ardor e inteligencia, ya que era una de los porta estandartes de las posiciones más radicales  de la socialdemocracia alemana. Su pensamiento era de una lógica implacable y por tanto iba en la argumentación hasta las últimas consecuencias.  A veces le faltaban los matices y un apego a la realidad concreta, como se vería en sus posiciones en temas tales como la cuestión organizativa del partido y los poderes del comité central, el papel de la huelga general política, la Revolución rusa, la cuestión de las nacionalidades, el imperialismo, el espontaneísmo e incluso con el llamado revisionismo o reformismo, así como, en sus discrepancias con los bolcheviques sobre la dictadura del proletariado.

Su marxismo estaba más cerca de las pasiones rusas y el mesianismo judío (siendo ella bastante indiferente a la cuestión judía), que del apego a los hechos de algunos marxistas alemanes, grandes conocedores de Marx y que tuvieron a la muerte del gigante de Tréveris, la asesoría cercana del gentleman comunista, Federico Engels, hasta su muerte en 1895. El peso del cientifismo evolucionista darwiniano e incluso de la filosofía de Kant influía en el modo de enfocar la realidad alemana y del capitalismo de algunos teóricos del SPD.

Se les puede reprochar a los dirigentes de este partido su falta de empuje, de arrojo,  de audacia o de aventurerismo. Pero en su descargo hay que tener en consideración que no es igual dirigir una patrulla dispuesta a llegar hasta el suicidio colectivo, que dirigir un ejército compuesto de cientos de regimientos. No es lo mismo, sacar un puñado de votos que tener, como era el caso del Partido Socialdemócrata Alemán el 20 % de los votos en 1898. No, no es lo mismo, ni es igual. Y eso influye en las tomas de decisiones políticas.

El Partido Socialdemócrata Alemán era el mayor partido de los trabajadores de Occidente, con decenas de miles de militantes y afiliados, sus sindicatos estaban por todo el país y agrupaban a millones de trabajadores, esa maquinaria no se podía arriesgar a jugárselo a un todo o nada, a un cara o cruz. Esa máquina política sindical no podía ser afecta a las aventuras ni a los actos heroicos y, esa diferencia, nos permite comprender- entre otras-, la opción de Lenin y la orientación discrepante del partido alemán. Y también explica las diferencias que llevaron a la ruptura y salida del partido de Rosa Luxemburgo para crear la Liga Espartaquista.

Por sus posiciones teóricas Luxemburgo se convirtió en la líder intelectual del ala izquierda del partido. Lo que marcó  su destino fue el estallido de la guerra de 1914 y su radical oposición a la guerra y al militarismo. El Partido Socialdemócrata Alemán, como la mayoría de los partidos socialistas, apoyó la participación de sus Estados en dicha guerra y la concesión de créditos extraordinarios  para la misma. En Alemania a esa decisión sólo se opuso Karl Liebknecht. Ningún otro diputado en el parlamento  votó en contra. Y en la dirección del partido únicamente una minoría muy reducida de los dirigentes socialistas estuvo en contra.

3.El militarismo alemán y la guerra de 1914

Rosa Luxemburgo se convirtió en la líder intelectual de la oposición socialista a la guerra. Acusó severamente a los socialistas de haber traicionado sus ideales:

“El 4 de agosto de 1914 la Social-Democracia Alemana, y con ella la Internacional, se derrumbaron miserablemente. Todo lo que hemos predicado al pueblo durante cincuenta años (…) se ha convertido de la noche a la mañana en palabras vacías. El partido de la lucha de clases  del proletariado internacional se ha transformado, como por un maligno hechizo, en un partido liberal nacional, nuestras fuertes organizaciones, de las que estábamos tan orgullosos, han demostrado no tener ningún poder, y, en vez de ser los temidos y honrados enemigos mortales de la sociedad burguesa, somos ahora los instrumentos justamente despreciados, de nuestro mortal enemigo, la burguesía imperialista, sin que tengamos ya voluntad propia (…) Nunca en la historia del mundo se ha derrumbado tan miserablemente, nunca se ha traicionado tan vergonzosamente un orgulloso ideal”. (Folleto clandestino de la Liga Espartaco, abril de 1916)

La oposición a la guerra que llevaba a cabo Rosa Luxemburgo y su grupo, conocidos como el Grupo Internacional o los Espartaquistas, condujo a que los encarcelaran y Rosa pasó por varias prisiones desde febrero de 1915 hasta su liberación el 9 de noviembre de 1918. Desde la cárcel se dedicó a escribir incansablemente y fruto de ese trabajo fue el denominado folleto de Junius, que fue el pseudónimo que utilizó para firmar La crisis de la Social-Democracia (R. Luxemburgo, 1970), brillante trabajo  de condena a la guerra y de la política de la socialdemocracia alemana.

Lo importante de este escrito es que no se trata de una condena moral de la guerra, en tanto que pacifista, sino de una explicación en tanto que marxista. La guerra estalla, aunque existan actos que sirvan como símbolos o pretextos para  declararla, debido a la naturaleza del sistema capitalista, a la competencia entre los capitalistas, a la concentración de capitales, a la expansión colonialista e imperialista y a la redistribución de áreas de influencia y de control.

La guerra era para ella un retorno a la barbarie. Como lo predijo Engels no habría elección, el triunfo del imperialismo llevaría al declinar de toda civilización, como en la antigua Roma, o bien, se produciría la victoria del socialismo, que es la lucha consciente de los trabajadores contra el imperialismo y su método: la guerra.

Lo terrible de que los parlamentarios socialistas votaran los créditos de guerra estaba en que su voto no era imprescindible, los diputados burgueses constituían las dos terceras partes del Parlamento. La idea de los socialdemócratas de que no podían abandonar a la patria en ese momento era un error, ya que votando esos créditos estaban abandonando a su patria y dejándola en manos del militarismo y del capital. Lo que buscaban éstos era aumentar la zona de influencia alemana en Europa, ganar mercados e inclusive disputar a Inglaterra su dominio marítimo.

Rosa Luxemburgo  expone que lo que tenían que haber hecho los socialdemócratas es enarbolar una bandera verdaderamente nacional, liberadora, el programa de Marx, Engels y Lasalle de 1848, oponiéndose al estado de sitio y al recorte de las libertades democráticas, que el parlamento se mantuviera activo para que hubiera un control de las decisiones del gobierno y oponerse al programa imperialista de la guerra.

Los espartaquistas eran un grupo reducido, un grupúsculo si consideramos los millones de votos del SPD y nunca crecieron tanto como para convertirse en una amenaza política, pero es que tenían una doble presión, la pinza, contra ellos, del gobierno y su aparato represivo y,  el político, de las alas centrista e integracionista  de la socialdemocracia.

En los últimos años de la guerra Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, en prisión pero siempre actuantes contra la guerra, habían ganado popularidad entre los soldados  en las trincheras. Pero quien tuvo un mayor crecimiento en la captación de adherentes fue la escisión del SPD que se denominó Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD, en sus siglas alemanas), compuesto  de dirigentes del ala izquierda y centrista que se decantaron por la paz.

Entre ellos estaban Kautsky y Bernstein. Parte de los militantes espartaquistas entraron a ese partido, aunque manteniéndose como un grupo definido conocido como Grupo Internacional,  el USPD llegó a convertirse en el partido de masas de la izquierda hasta la posterior creación del Partido Comunista Alemán (KPD) el 1 de enero 1919, que reagrupó a los marxistas más de izquierdas.

4. La revolución de 1918-1919 y la comuna de Berlín

A principios de 1918 se produjo una ola de huelgas masivas en veinte ciudades alemanas que eran seguidas de represión y encarcelamientos, entre ellos el de Leo Jogiches. Además de la preocupación por la represión interna Rosa estaba muy preocupada por la suerte de la Revolución en Rusia. Lenin y Trotsky confiaban en la revolución en Alemania y otros países más desarrollados para la salvaguarda de la misma en Rusia, Luxemburgo, por su parte,  temía que la revolución alemana llegase demasiado tarde y se hundiera la rusa. Mientras, aumentaba el derrotismo y el pacifismo entre los soldados alemanes y también el número de desertores.

En octubre de 1918 los jefes del Ejército, los generales Hindenburgy Ludendorff presionaban para que el gobierno hiciera una oferta de paz a la Entente. Se decidió crear un gobierno parlamentario con dos fines, consolidar la monarquía y pacificar a los trabajadores. El parlamento debía negociar la derrota de Alemania. Sectores militares presionaban para una capitulación pero otros jefes en la marina consideraban que aún podían lanzar una ofensiva naval victoriosa. Los marineros se rebelaron contra las órdenes de sus mandos y los intentos de reprimirlos condujeron a una huelga general de los trabajadores en las fábricas y de los marineros en  los barcos. Parecía que la revolución alemana se ponía en marcha.

El gobierno tratando de apaciguar los ánimos jugó la carta reformista y proclamó una amnistía. Karl Liebknecht fue puesto en libertad y semanas después salió de prisión Rosa Luxemburgo. En Berlín, el ambiente en los medios de los trabajadores más radicales era insurreccional, se disponían a ir a por todas para la toma del poder. El 9 de noviembre los obreros abandonaron masivamente las fábricas y se lanzaron a las calles. El Kaiser Guillermo II abdicó del trono y huyó a Holanda y el príncipe heredero renunció a ocuparlo.

El socialdemócrata Friedrich Ebert fue nombrado Canciller y se proclamó la República alemana, mientras Liebknecht, tratando de provocar una situación de doble soberanía más ficticia que real, proclamaba la República socialista. Se formaban por doquier consejos de trabajadores y soldados, se asaltaron las cárceles y se liberaron a presos políticos.

Se estaba produciendo en Alemania lo que Luxemburgo había  analizado respecto a la existencia de lo que denominaba una “ley vital” de toda revolución:

 “la de avanzar con extrema celeridad y decisión, abatiendo con mano férrea todos los obstáculos y planteándose siempre metas ulteriores o ser rechazada rápidamente hacia atrás de las débiles posiciones de partida, para ser luego aplastada por la contrarrevolución”. (R.Luxemburgo,1975, p.40)

Lo que ocurre es que así como puede haber una especie de “ley vital de las revoluciones”, se puede afirmar en contraposición a la misma, que también las clases dominantes y sus dirigentes, realizaban un aprendizaje rápido en función de las enseñanzas que tuvo para ellos la Revolución en Rusia.  A esto le denomino –parodiando a Rosa-, una “ley vital de supervivencia como clase dominante”.

La clase capitalista  alemana era la más poderosa de Europa y con una conciencia de clase más acusada y no estaba dispuesta a seguir los pasos de sus colegas en Rusia. Por eso planteó reformas para tratar de aplacar a los trabajadores, a la vez que reforzaba sus lazos con sus satélites  de los sectores pequeñoburgueses y con los terratenientes.

Los jefes de la socialdemocracia Ebert, Noske, Scheidemann, por otra parte, eran absolutamente contrarios a una revolución social. Se hizo un acuerdo con el Estado Mayor del Ejército para derrotar con las armas a los trabajadores de la denominada Comuna de Berlín y,  por otra parte, el poder efectivo de los consejos de trabajadores, marineros y soldados, en el mismo Berlín y en el resto de Alemania, no era decisivo militarmente e incluso políticamente. El SPD seguía contando con fuerza política y apoyo entre muchos trabajadores y militantes socialdemócratas que estimaban que  tenían una república y detentaban el gobierno, con eso les bastaba.

Los dirigentes del Partido Socialdemócrata Independiente (USPD)  Hilferding, Hasse, Kautsky, Bernstein, aunque eran teóricamente revolucionarios, no aprobaban el método de apoderarse del poder por la fuerza. De manera que como apoyo político los revolucionarios sólo contaban con algunos dirigentes del USPD como Ledebour, Eichhorn, la Liga Espartaquista y algunos grupúsculos de extrema izquierda de menor entidad, comunistas y anarquistas.

Los espartaquistas habían requisado un periódico de masas,  nacionalista y monárquico y lo convirtieron en su portavoz con el nombre de  Bandera Roja (Die Rote Fahne), Rosa Luxemburgo era la directora y en su primer artículo expone los puntos básicos de un programa revolucionario: “El derrocamiento de la hegemonía capitalista y la realización del orden socialista, esto y nada menos que esto, constituye el tema histórico de la actual revolución”.

 Señala que esto no se puede conseguir en un santiamén a través de varios decretos proclamados desde arriba, sino que sólo será posible a pesar de todos los obstáculos, ”convocando a la vida política y a la acción consciente a las masas trabajadoras urbanas y rurales, solamente a través de la más alta madurez intelectual y a través del inagotable idealismo de las masas populares”.

Pedía Rosa que todo el poder estuviera en manos de la masa trabajadora, de los consejos de soldados y trabajadores e indicaba que las decisiones prioritarias que tenía que tomar el Gobierno eran: ampliación y reelección de los consejos, convocar un parlamento de trabajadores y soldados, organización  de los propietarios rurales y de los pequeños campesinos, formación de una guardia roja  para proteger la revolución y de una milicia de trabajadores, confiscación de los bienes de la Corona y de los latifundistas y asegurar el sustento del pueblo, porque: “el hambre es el aliado más peligroso de la contrarrevolución”.

También solicitaba la convocatoria de un Congreso Internacional de los Trabajadores para destacar el carácter socialista e internacional de la revolución, ya que sólo en la revolución mundial residía el futuro de la revolución alemana.

Como se puede ver, se adoptaba todo lo que habían hecho los bolcheviques en Rusia,  y en ese sentido parecía que Rosa Luxemburgo se había retractado de sus críticas a la revolución soviética, pero el hecho es que ella mantenía parte de sus críticas aunque consideraba que era un momento que reclamaba la acción revolucionaria y, por tanto, no era el adecuado para subrayar matices, discrepancias o sutilezas. El momento era para impulsar la acción: “En este momento lo que importa verdaderamente es la explicación por los actos”. (G. Badia,197,II p.104)

Lo que acentúa Luxemburgo en esa coyuntura es la crítica al Gobierno de los socialdemócratas que conserva todo el aparato estatal intacto, sacraliza la propiedad y las relaciones capitalistas y prepara el camino para la contrarrevolución. En Bandera Roja del 14 de diciembre de 1918, bajo el título de ¿Qué quiere la Liga Espartaquista? Rosa Luxemburgo condena la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente en ese momento, ya que con ello considera que se está “creando un contrapeso burgués frente a los consejos de soldados y trabajadores, encauza la revolución por los carriles de la revolución burguesa y escamotea sus metas socialistas”.

Para Luxemburgo y los Espartaquistas la guerra mundial había dejado a la sociedad ante una alternativa: O continuaba el capitalismo, y habría nuevas guerras y caos, o se suprimía la explotación capitalista. Pero ese socialismo sólo se podía realizar a través de la acción de las masas trabajadoras.

Ya en ese momento el Gobierno se había fortalecido y los Consejos de soldados y trabajadores estaban más debilitados. Incapaces de ser silenciados en sus denuncias, se desató una campaña propagandística contra los líderes de los espartaquistas  presentándolos como sanguinarios, violentos, despiadados, criminales. Se colocaban carteles en los que se pedía matar a los jefes espartaquistas, explícitamente: crucificarlos.

5. La revolución de la mayoría

 Rosa Luxemburgo había explicado muy bien la diferencia entre los métodos de obtención del poder in extremis de la burguesía y los de la clase trabajadora. En el manifiesto ¿Qué quiere la Liga Espartaquista?, se expone lo siguiente que merece la pena citar:

”En las revoluciones burguesas el derramamiento de sangre, el terror, el crimen político eran las armas indispensables en manos de las clases ascendentes. La revolución de los trabajadores no necesita del terror para sus fines, odia y repugna todo atentado a la vida humana. No necesita de este medio de lucha porque no combate a los individuos, sino a las instituciones…no es el desesperado intento de una minoría de modelar el mundo a base de violencia de acuerdo con su ideal, sino la acción de las masas populares que están llamadas a desempeñar una misión histórica y a convertir la necesidad histórica en realidad”. (G. Badia,II, 1971, p.111 y ss. Negritas del autor CJBE)

Así se encontraba la escena política cuando se reunió el 16 de diciembre el primer Congreso de Trabajadores y Soldados que concluyó cinco días después  el 20 de diciembre de 1918. La composición del mismo reflejaba el predominio del SPD y  los socialdemócratas Independientes, con 228 y 80 respectivamente, y sólo 10 espartaquistas, de un total de 498 delegados.

Frölich señala que representaban más el pasado que el presente, ya que eran quienes fueron elegidos en los primeros días de la revolución, quizás si se hubieran  realizado unas elecciones previas al Congreso la composición hubiese sido distinta, pero especular sobre eso es hacer historia contra factual, algo sin interés en nuestro enfoque. Los espartaquistas hicieron un llamado a que las masas de Berlín apoyasen este Congreso y ésta respondió con una de las más manifestaciones más grandes de la época.

Sin embargo, el fruto del mismo no fue el esperado. El Congreso decidió entregar el poder ejecutivo y legislativo al Gobierno, o sea, al Comité de los Comisarios del Pueblo, como era llamado el Gobierno dominado por los socialdemócratas. También se fijaron elecciones a la Asamblea Nacional para el 19 de enero de 1919. La ocasión de tomar el poder se diluyó.

Desoyeron lo que propuso la Liga Espartaquista: supresión del gabinete gubernamental de Ebert, Scheidemann y Hasse, desarme de las tropas que no reconociesen la autoridad de los consejos de soldados y trabajadores, desarme de la llamada guardia blanca derechista  y crear una Guardia Roja.

Rosa Luxemburgo explicó el fracaso con este análisis el 21 de diciembre en Bandera Roja:”En todas las revoluciones anteriores los contendientes luchaban abiertamente, clase contra clase, programa contra programa, escudo contra escudo. Pero en la revolución actual los paladines del antiguo orden no se presentan bajo el escudo y el estandarte de las clases dominantes, sino bajo la bandera de un partido socialdemócrata”. Y ese partido en Alemania había sido históricamente el partido del grueso de la clase trabajadora, su defensor, su portavoz, su organizador.

Ebert consideró que ya era hora de restablecer el orden. Para él los principales objetivos de los socialdemócratas se habían logrado políticamente y el resto debía esperar  para lograrse posteriormente. Había que hacer que el orden reinase en Berlín y en toda Alemania.

Las tropas atacaron al Grupo de la llamada Marina Popular, que resistió el ataque. Se entablaron negociaciones y les concedieron algunas de sus reivindicaciones. La consecuencia política de dicho ataque fue que los tres miembros del USDP dimitieron del Gobierno. Hubo ataques al periódico Bandera Roja e incluso detuvieron a Karl Liebknecht pero fue puesto en libertad. Rosa Luxemburgo, por su parte, tenía que dormir cada noche en un hotel diferente para no ser agredida por las tropas gubernamentales o los paramilitares de los llamados  cuerpos libres o francos.

Los Independientes  del USPD estaban también divididos, un sector consideraba que debían actuar siguiendo las directrices de los espartaquistas, otros que era necesario volver al gobierno y tomar distancias de la izquierda. Se discutía mucho en ese partido sobre la necesidad de alejarse de lo que consideraban un método revolucionario  ruso al que oponían  otro alemán.

El partido Independiente se dividió, unos retornaron al partido socialdemócrata y otros, los más radicales, se aliaron con los Espartaquistas o mantenían posiciones aproximadas. Pero éstos ya estaban convencidos que no debían seguir con los Independientes, que tenían que crear su propio partido autónomo, para que los trabajadores tuvieran en ellos su portavoz, el KPD, el Partido Comunista Alemán.

6. Creación del Partido Comunista Alemán

Las ideas de Rosa Luxemburgo daban mucha importancia a no estar separados de las masas, para ella el sentirse o ser químicamente puros en el aislamiento no era práctico, ni era una buena política.

Sin embargo, el 29 de diciembre de 1918 cuando se reunió la Conferencia Nacional de la Liga Espartaquista y se decide crear un nuevo partido el Partido Comunista Alemán (KPD), adoptando el programa del espartaquismo, Rosa, pese a sus reticencias a la creación de este partido, por considerar que no existía una base sólida para su creación, vota a favor y el único dirigente que se opone es precisamente el gran organizador,  Leo Jogiches,  seguido por la delegación de Braunschweig. 

El delegado ruso ante la conferencia era Karl Radek, que había entrado ilegalmente en Alemania. Este narró que en una reunión Rosa le había dicho que habían tratado de persuadir a Jogiches de la necesidad de crear un partido autónomo, para que así los trabajadores de vanguardia dispusieran de su propia bandera. Jogiches había explicado que consideraba que no se debía crear un partido con unas bases organizativas tan débiles e incluso difundió sus ideas entre algunos dirigentes, pero al final éste también se echó a un lado y se sumó a los que apoyaron crear el  KPD/Liga Espartaco.

Radek les preguntó  a los espartaquistas si no habían adoptado un tono demasiado violento ante la más que evidente debilidad de sus fuerzas, y Rosa Luxemburgo le replicó:”cuando un niño bien nacido viene al mundo grita, no murmura”. Ese empleo de un lenguaje brutal, extremo, formaba parte de un hábito nefasto enraizado en la cultura política de los revolucionarios polacos y rusos. El extremismo verbal. (J.P.Nettl, 1972,II,p.737)

 No obstante, la impresión de Radek, experto conocedor de ese ambiente de pasión extrema, es que no estaba  delante de un verdadero partido. Sin embargo, presionó y hasta amenazó a uno de los dirigentes del grupo pro bolchevique de Bremen, con enfrentarse a él públicamente y escribir contra sus posiciones si no se unía con los espartaquistas para fundar el Partido Comunista Alemán. Eso hizo posible el que  esos grupos se fusionaran con los espartaquistas y votaran creando el KPD, pese a sus resistencias políticas a hacerlo. (G. Badia, II, 1971, p. 123 y ss.)

Es curioso como personas de una formación política muy por encima del promedio, con un aval de lucha política socialista de décadas y con gran lucidez, en momentos dados aceptan la realidad de las cosas como algo a lo que no pueden resistirse, a sabiendas en su fuero interior del error que cometen sus pares o sus correligionarios.

Eso lo hemos visto en la resignación de Leo Jogiches a aceptar, sin estar convencido, a retirar su propuesta contra la creación del KPD. Pero es también  lo que la misma Rosa Luxemburgo hace cuando la dirección espartaquista pierde su propuesta,  ante la mayoría de la conferencia nacional, de participar en las elecciones, siendo ella consciente del craso error que se cometía con ello.

Sobre esto escribió Luxemburgo una explicación que es sobre todo una muestra de resignación ante lo que Lenin llamaría certeramente, en su momento, el fenómeno de la  enfermedad infantil del izquierdismo:

”Nuestra derrota ha sido la victoria de un extremismo un poco pueril, en plena fermentación, sin matices (…) los espartaquistas son, en una buena parte, una generación nueva sobre la que no pesan las tradiciones (…) hay que aceptar el hecho con sus luces y sombras”. (G. Badia,I,p.238 ).

Estas palabras se pueden interpretar como que  Rosa  percibía ya una especie de corazonada de su próximo destino, quizás expresaba una actitud de adiós, de quien tenía la conciencia interior de que le quedaba poco tiempo de vida y se resignaba a dejar que los otros hicieran lo que les parecía mejor, aunque ella en su fuero interno discrepara de esas posiciones.

Rosa era políticamente dura como el diamante en la defensa de sus ideas sobre el socialismo pero era la vez un espíritu dulce, amable, cariñoso, tierno. Conectado con la naturaleza y todos los seres vivos.  En una carta dirigida a Sonia Liebknecht desde la cárcel de Wronke en mayo de 1917 se puede percibir un atisbo de lo que muy pronto se haría realidad. No me resisto a transcribir algunos bellos párrafos de esa carta:

“A veces, ¿sabe usted?, tengo también la sensación de no ser un verdadero ser humano, sino un pájaro, un animalillo cualquiera que hubiese tomado forma humana: Interiormente, me siento mucho más en mi medio en un pedacito de jardín, como ahora, o en un campo, tendida sobre la hierba, rodeada de zumbidos, que en un Congreso del partido. A usted puedo decírselo, pues sé que detrás de esto no verá una traición a la causa. Bien sabe usted que yo, a pesar de todo, moriré, como lo espero, en mi puesto: en una lucha callejera o en el presidio. Pero, en mi fuero interno, la verdad es que me siento más cerca de los petirrojos que de los compañeros”. (R. Luxemburgo, 1976, p.205)

7. Una vela que arde por ambos lados

El nuevo partido, el PCA/Espartaquistas, decidió el 4 de enero llamar a una huelga general y que los trabajadores se manifestaran en las calles para hacerle un pulso al gobierno y ver cuál sería la reacción de Ebert. Las masas salieron a las calles y tomaron edificios sin interés táctico. Además no había ninguna consigna ni intención real para tomar el poder y tampoco tenían los medios para ello. Mientras, Ebert preparaba a las tropas leales al Gobierno, que era la mayoría con sus jefes incluidos, para pacificar Berlín.

En las elecciones previstas para celebrarse el 19 de enero de 1919, los Espartaquistas, ahora Partido Comunista Alemán (KPD), habían decidido no participar, pese a que la posición de la dirección, incluida la de Rosa, era favorable a su participación. La ponencia de la Dirección defendiendo la participación electoral la hizo Paul Levi.

Perdieron la votación de manera aplastante, 62 votos contra y 23 a favor de la participación electoral propuesta por la Dirección del PCA. Rosa Luxemburgo defendió la participación en las elecciones a la Asamblea Nacional y explicó que no se podía imitar lo ocurrido en Rusia porque, entre otras cosas, cuando los bolcheviques disolvieron la Asamblea Nacional ya tenían un gobierno dirigido por Lenin-Trotsky, mientras en Alemania el Gobierno estaba en manos de sus adversarios, Ebert-Scheidemann.

Argumentó Rosa que el arma que sus enemigos querían usar contra ellos tenían que volverla contra él y, además, que aún las masas estaban inmaduras. Por otra parte, dijo que era una contradicción que pensaran algunos que en quince días podían ser capaces de derribar la Asamblea Nacional y, a la vez, temieran los resultados de unas elecciones. Concluyó diciendo:

“Yo no temo educar a las masas para que juzguen en su propio valor los motivos de nuestra participación en las elecciones. Vuestra acción directa es posiblemente más simple y más cómoda, pero nuestra táctica es justa porque tiene en cuenta que el camino a recorrer es más largo de lo que vosotros suponéis”. (G. Badia, 1971, I,p.247)

El resultado electoral para la Asamblea Nacional fue que Ebert fue designado Presidente de la República alemana y Noske nombrado Canciller, o sea, Primer Ministro. En Berlín, Múnich, Sajonia y Alemania Central estallaron huelgas y movimientos insurreccionales. Noske investido de plenos poderes organizó la represión y los insurgentes fueron aplastados por el Ejército y los paramilitares. En el último escrito de Rosa el 14 de enero titulado El orden reina en Berlín señala:

“¡El orden reina en Berlín!, proclama triunfalmente la prensa burguesa(…) así como los ministros Ebert y Noske y los oficiales de las “tropas victoriosas”, para quienes la chusma pequeño-burguesa de Berlín agita sus pañuelos y emite sus hurras…los que se batieron miserablemente en Flandes y en la Argonne pueden ahora restablecer su nombre mediante la brillante victoria obtenida sobre trescientos espartaquistas que se les han resistido en el edifico del “Vorwaerts” (Adelante, periódico del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania) (…) Los delegados de los sitiados (…)enviados como parlamentarios para tratar de su rendición, fueron destrozados a golpes de garrote por la soldadesca gubernamental, y esto ocurrió hasta tal punto que no fue posible reconocer sus cadáveres. En cuanto a los prisioneros fueron colgados de los muros y asesinados de tal forma que muchos de ellos tenían el cerebro fuera de su cráneo (…) “Spartakus” es el enemigo y Berlín el campo de batalla en el que solamente saben vencer nuestros oficiales. Noske, el “obrero” es el general que sabe organizar la victoria allí donde Ludendorff fracasa”. (R. Luxemburgo y C. Liebknecht, 1971, pp.69-70)

El orden reina en Berlín, es  un texto que destila ironía y amargura, se burla de que los generales que perdieron tantas batallas en la guerra se inflaban de orgullo cuando aplastaban a unos cuantos cientos de militantes y trabajadores mal armados o desarmados y que Noske, el primer ministro, ex dirigente obrero socialdemócrata, fuera quien diera la orden de ese baño de sangre. La amargura y a la vez el realismo político se muestra cuando se pregunta si aún era posible una victoria contra el gobierno de los socialdemócratas y sus aliados de la derecha y responde que no.

Estimaba Luxemburgo que el punto vulnerable de la causa revolucionaria era en ese momento:”la no madurez política de la gran masa de soldados que todavía permiten a sus oficiales que les manden contra sus propios hermanos de clase”, lo cual era un síntoma de la falta de condiciones, de madurez, en que estaba parte importante de la clase trabajadora y, por ende, la revolución alemana.

Sigue exponiendo Luxemburgo, en lo que sería su testamento político, que la revolución es la única forma de “guerra” en la que la victoria final sólo se logra alcanzar a través de una serie de derrotas. Todo el camino del socialismo está asfaltado de derrotas que se constituyen en la garantía de la victoria, pero ello implica saber  la circunstancia de cada derrota: “si ésta ha sido el resultado de unas masas inmaduras que se lanzan a la lucha, o el de una acción revolucionaria paralizada en su fuero interno por la indecisión, la tibieza y la falta de radicalismo” (de los dirigentes).

Si no se analizan cuáles han sido los errores cometidos, que se hizo o se dejó hacer, que fallos humanos se pueden detectar, cual ha sido el papel de la dirección, en fin, sin una evaluación con todo rigor también de las acciones del adversario o del enemigo, nunca se podrán sacar las lecciones  que deben servir para aprender y así poder evitarlas en otra situación.  Si no se hace de ese modo el corolario impepinable será no aprender nada de lo sucedido y se volverán a repetir los errores cometidos.

Entonces nos refugiaremos en la liturgia laica de los homenajes, recordar a las víctimas, lamentarnos de los fracasos y, pasado ese momento, estaremos de nuevo dispuestos a repetir las mismas acciones, aunque en diferentes contextos históricos  y con gran probabilidad, se volverá a caer en iguales o semejantes fallos.

Hay que aprender de los fracasos para ser extremadamente cautos en evitar repetirlos. Ese es el mensaje permanente que nos muestra Rosa Luxemburgo con su apelación a que con cada fracaso se debe aprender a ser menos iluso, más maduro y apegado a la realidad concreta, aunque no menos sino más socialistas.

La conclusión, pues, del último  escrito  de la mujer  teórica marxista más importante del movimiento socialista mundial, nos  insufla un impulso vital de triunfo, no de derrota, de voluntad de lucha, no de rendirse a los poderes establecidos, de recordarnos que habrá otras batallas y que el triunfo final será de la gran mayoría del pueblo, del conjunto del trabajador colectivo:

 “¡El orden reina en Berlín!… ¡Ah! ¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de que vuestro “orden” está levantado sobre la arena. La revolución se erguirá mañana con su victoria y el terror se pintará en vuestros rostros al oírle anunciar con todas sus trompetas: ¡FUÍ, SOY Y SERÉ! (Ibidem., pp.74-76)

8. Represión de los espartaquistas y asesinato de Luxemburgo y Liebknecht

Mientras los revolucionarios del PCA-espartaquistas, y Karl  Liebknecht a cabeza de los mismos, llamaba a derrocar el Gobierno de Ebert, éste y   Noske preparaban a las tropas del Gobierno para pacificar Berlín. El 15 de enero Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron arrestados y trasladados al cuartel de los fusileros en el hotel Edén dónde fueron golpeados y posteriormente  montados por separados en sendos vehículos y asesinados. El cadáver de Liebknecht fue llevado a la morgue y dejado allí por sus asesinos como un desconocido. A Rosa, con la cabeza destrozada por un culatazo, se la montó inconsciente en un coche y le dieron un tiro en la sien, se arrojó su cadáver al canal Landwehr.

Las autoridades socialdemócratas difundieron noticias falsas sobre la muerte de Liebknecht y de Rosa pero el 12 de febrero en el periódico Bandera Roja, Leo Jogiches, que había sido excarcelado, publicó un artículo en primera página dónde describió los acontecimientos e incluso dió los nombres de quienes fueron los autores materiales de los crímenes.

Esto hizo que se tomaran medidas para abrir una investigación y juzgar a los culpables que luego fueron ayudados a huir al extranjero. María Seidemann expone que: “El artículo del 12 de febrero de 1919 fue el último servicio que Leo hizo a Rosa. Y lo pagó con su vida. Fue detenido el 10 de marzo de 1919, luego fue trasladado a la cárcel berlinesa de Moabit y allí murió asesinado el mismo día”. (M. Seidemann, 2002,p.149)

El 31 de mayo de 1919 un guardia descubrió el cadáver de Rosa en las esclusas del canal Landwehr. Fue sepultada en el cementerio Friedrichsfelde en Berlín junto a Karl Liebknecht. El cortejo fúnebre se convirtió en una manifestación de masas y se pudo contabilizar unas seiscientas coronas de flores. El Partido Comunistas Alemán erigió un mausoleo que fue destruido por los nazis y que se volvió a construir posteriormente. La tumba de Leo Jogiches sigue desconocida.

Seidemann termina su libro citando una frase de Hegel de la Filosofía de la historia universal: “Lo particular es casi siempre demasiado pequeño frente a lo general: los individuos se sacrifican y luego se abandonan”. ¡Dura verdad!

En Alemania la memoria de Rosa Luxemburgo y todos los revolucionarios caídos en 1918-1919 sigue vigente políticamente en las posiciones que defiende no sólo el KPD que ella contribuyó a fundar –después de superar las ideas que se impusieron durante el estalinismo que aunque la citaban icónicamente, la marginaron sistemáticamente, siendo, como es, una de las principales pensadoras socialistas del siglo XX-, sino en el más importante partido de la izquierda Die Linke (La Izquierda) y en escasos militantes del SPD, cuya principal fundación lleva el nombre de Friedrich Ebert.

A pesar de todos los cambios sociológicos y económicos que separan 1918 de la situación actual, sigue vigente para la humanidad la necesidad de hacer realidad que la economía esté al servicio de la satisfacción de las necesidades y no del lucro y la especulación financiera. Por eso, los ecos del “fui, soy, seré”, de Rosa Luxemburgo, seguirán resonando y llegarán a oídos receptivos hasta lograr convertirse en reclamo de la mayoría.

El viejo topo de la historia no ha cesado ni cesará de trabajar por un mundo para todos y no para el 1% de la población mundial que acapara hoy en día más del 53 por ciento de la riqueza mundial.  Ese 1% acaparó el 83 por ciento de la riqueza mundial  producida el año 2017, mientras  el 50 % más pobre (que son 3700 millones de personas) no se benefició de dicha riqueza. Por ello la lucha por la igualdad hoy no es un asunto de dinosaurios nostálgicos del pasado sino de mujeres y hombres preocupados por ésta impresentable actualidad y que buscan cambiarla, simplemente, para hacer un mundo más vivible y próspero para todos.

Bibliografía

Gilbert Badia, 1971, Los espartaquistas, 2 vols., Mateu, Barcelona.

G.D.H. Cole, 1961, Historia del Pensamiento Socialista, V, 1914-1931, México, FCE.

Paul Frölich, 1976, Rosa Luxemburgo vida y obra,  Fundamentos, Madrid.

Rosa Luxemburg, 1970, La crise de la social-democratie, La taupe, Bruxelles.


_________,1969, Œuvres II (Écrits politiques 1917-1918),  Maspero, Paris.

________, 1976, Cartas de la prisión, Akal, Madrid.

________, 1975,La revolución rusa, Anagrama,Barcelona.

____________ y Carlos Liebknecht, 1971, La comuna de Berlín, Grijalbo,

 México.

J.P.Nettl, 1972, La vie et l`oeuvre de Rosa Luxemburg,  tomes I et II, Maspero, Paris.

Juan Ignacio Ramos, 2014, Bajo la bandera de la revolución. Rosa Luxemburgo y la revolución alemana, Fundación Federico Engels, Madrid.

Maria Seidemann, 2002, Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches, Muchnik, Barcelona.

*Doctor en Sociología. Politólogo. Estudió en las uiniversidades Complutense de Madrid y de Bucarest. Es autor de: Desigualdad y clases sociales (Betania,Madrid, 2017), La modernización fallida (Betania,Madrid, 2012), Partidos políticos y movimiento popular en la RD (Betania,Madrid, 2011), Dominicanos en España, españoles en Santo Domingo(Santo Domingo,Universidad Autónoma de Santo Domingo,UASD,2001),La Comunicación efectiva (Sto. Domingo, Instituto Tecnológico de Santo Domingo,INTEC,2000), Europa-EE.UU y la guerra de Iraq, (Madrid, 2003).Este es un fragmento del  libro de próxima aparición: Rosa Luxemburgo hoy.