Carlos Julio Báez Evertsz
21/01/2014
Si hay un asunto importante en la vida de las personas ese es el relativo a la vida y a la muerte, que junto al amor, constituyen uno los temas más relevantes del pensamiento mágico, filosófico, literario e incluso científico.
Soy de los que se adscriben a la idea de que todo lo que no se puede explicar hoy de manera certera con los avances científicos es materia de la reflexión filosófica, pero allí dónde hay explicación científica, recula, o así debería ser, la filosofía, y se podría decir, obviamente, también la religión. Esta concepción es cara a la filosofía analítica pero no a todas las escuelas o tendencias del pensamiento.
Como pluralista y amante de la diversidad en todos los aspectos reconozco que es difícil llegar a consensos en temas controvertidos, más aún, cuando hay una tradición de querer decretar a través del poder político y antes militar (por la fuerza de las armas), ideas y creencias, que se imponían al pueblo o éstos aceptaban, a falta de otras explicaciones o por persecución de las creencias disidentes. Fue el caso de los cristianos con sus proto mártires.
El aborto por motivos terapéuticos, por malformaciones del feto que darían lugar al nacimiento de un bebé con graves problemas mentales o físicos, es posible evitarse desde hace ya muchos años, porque la ciencia y la tecnología permiten conocer desde casi las primeras semanas dichas malformaciones del non nascitur (del no nacido). Sería el caso también de que la madre tenga problemas de salud que desaconsejen proseguir el embarazo.
La sociedad no debe obligar a interrumpir el embarazo, en esos casos. Es una libre elección de la madre o de la pareja, pero tampoco debe el Estado imponer a las madres el nacimiento obligatorio de esa criatura porque los políticos en el poder crean que sus ideas religiosas deben imponerse al conjunto de los ciudadanos, sean ellos creyentes o no. Ese es un camino de servidumbre. Una concepción de imposición de valores religiosos a una sociedad que por definición es secular, laica.
Imponer esta creencia es aún más absurdo y retrógrado, cuando se admite como causa de interrupción válida del embarazo el que haya mediado una violación. Es decir, técnicamente, que la embarazada no haya consentido en la realización del acto sexual, que haya sido forzada a realizarlo sin su expresa voluntad. Sea por la violencia física o por coerción psicológica.
¿Por qué un embarazo por violación es una causa más válida de interrupción del embarazo que una malformación del feto o que problemas de salud física o psíquica de la madre? Según unas ciertas creencias religiosas, porque el fin último del acto sexual es la procreación.
Dicho más claro, porque aquí no se trata del goce, del placer. En el caso de la violación el placer como objetivo está excluido, mientras que en el acto sexual consentido, aunque medie el placer, el fin del acto (de acuerdo a la creencia religiosa, dogmáticamente establecida), tiene que ser, o debe ser, la procreación. Si aceptas el medio te obligas a aceptar el fin.
Pero ese fin es establecido por la “Autoridad” religiosa que, además, te lo impone, no por un deber de conciencia (si eres religioso y lo aceptas), sino a todos los ciudadanos del Estado, independientemente de sus convicciones. Ese es un caso típico de abuso de poder, de lo que antiguamente se llamaba un Papocesarismo o Cesaropapismo, según lo que predomine sea, la voluntad del Papa o del César.
El aborto es rechazado como principio general por el catolicismo pero no solo por él. La mayoría de las religiones del Libro lo rechazan (judíos, islamistas, cristianos), y todas las vertientes del cristianismo. El eslogan que utilizan es el Derecho a la Vida. Respeto sus opciones siempre que no se quiera imponer, a los que no piensan como ellos, sus creencias. Imponer a la sociedad sus creencias particulares es una variante del totalitarismo que hubiera sido digno de las reflexiones de una Hanna Arendt.
Cuando en España el ministro de Justicia, Gallardón, parte en una Cruzada para imponer a la muy laica sociedad española sus ideas religiosas, con una reforma reaccionaria de la Ley del Aborto vigente, que fue ayer noche apoyada firmemente en una entrevista –de las muy contadas que da en España, ese líder ausente que es Mariano Rajoy- por el Presidente del Gobierno, se da una muestra del pensamiento reaccionario que permea todos los actos del actual gobierno de España.
La Ley de aborto que se quiere aprobar por un partido que tiene mayoría absoluta en el Parlamento, es la evidencia más clara de que España está retrocediendo en todos los aspectos que, desde los años de la transición, se había avanzado, aunque fuera a trancas y barrancas y con toda la prudencia o timidez política que mostraron los socialistas, cuando gobernaron.
No en vano desde el “New York Times” hasta “Le Monde” pasando por la muy católica Bélgica hasta la protestante Berlín, se ha levantado un grito de sorpresa e indignación contra los gobernantes españoles por su impulso reaccionario de dar marcha atrás al reloj del progreso y de la laicidad del Estado.
Y si bien puede interpretarse como atisbos de oportunismo político electoral, hay barones regionales del partido gobernante que han mostrado públicamente su disgusto por una Ley que no tiene más razón de ser que la voluntad de ser fieles a las viejas ideas del catolicismo más rancio y casposo.
Típico de una vieja derecha que quiere volver al llamado “nacional-catolicismo”, en una época, en que, desde Roma, soplan otros vientos, más acordes con la modernización y adaptación de la iglesia al proceso de secularización-laicidad, que los ciudadanos y gran parte de los creyentes aceptan y hasta exigen.
Torrelodones, 21 de enero de 2014