Carlos Julio Báez Evertsz
6/03/2013
Hugo Chávez ha sido durante más de una década el político latinoamericano más mediático, el que levantaba más pasiones extremas, amor-odio y, sin duda, el más polémico y controversial.
Chávez ha significado un revulsivo en la política venezolana y del subcontinente americano. Cuando accede al poder lo hace rompiendo democráticamente el sistema político vigente en ese momento en Venezuela. Hay que recordarlo, una de las democracias políticas más estables de AL desde la caída del dictador Pérez Jiménez.
Los partidos predominantes en el sistema venezolano eran los llamados Adecos (Acción Democrática), una especie de socialdemocracia a la venezolana, y los socialcristianos del COPEI. El Partido Comunista, el MIR, luego el MAS y otros grupos de izquierda no pudieron nunca convertirse en alternativas reales de poder al sistema político y Chávez fagocitó el que podría ser su electorado potencial. Como también atrajo a las bases de los adecos y algunos copeyanos.
El gran mérito político de Chávez fue que aunó en sus mensajes políticos una mezcolanza de nacionalismo latinoamericano, patriotismo venezolano, populismo, plebeyismo, izquierdismo básico, anti-imperialismo y, democratismo popular, que logró colar en el imaginario de la gente. Especialmente de los más pobres y más golpeados por la crisis económica y social que se vivía en ese momento, cuando Moisés Naim era ministro de economía o finanzas.
Hay que decirlo así de claro. Chávez no fue nunca un político bien valorado por las llamadas clases medias (ese agregado estadístico de sujetos “ni, ni”, ni ricos ni pobres, ni capitalistas ni obreros, ni explotadores ni explotados, y a veces, ni de izquierdas ni de derechas …son objetivamente, los que ocupan posiciones intermedias en los procesos de producción, en las empresas de servicios y en las administraciones).
En las sociedades latinoamericanas, las más desiguales del planeta Tierra, estas clases medias son muy impredecibles en su comportamiento político. Casi siempre oscilantes, cuando no soportes firmes de cualquier poder constituido y siempre temerosas de la ascensión de esas “clases peligrosas”, que son las masas pobres y muy pobres de estas sociedades.
Chávez era de hecho un intruso político, un “outsider”, rechazado o subestimado por los políticos del sistema. Se rodeó de seguidores que no eran importantes en el “establishment” político y en la sociedad venezolana, con algunas excepciones, de dirigentes de izquierda, como Vicente Rangel, que luego sería su vicepresidente. Esta condición de intruso le puso las cosas más fáciles cuando emprendió la tarea de voltear la tortilla política en su país. No tenía compromisos con los poderosos del sistema vigente.
Efectivamente durante los catorce años de gobierno, Chávez ha dado sustento a las clases subalternas, a los pobres, más que a las clases medias. Ha disminuido la pobreza, la desigualdad, y ha llevado la Salud Pública de atención primaria a esos sectores de escasos recursos y, facilitado aún más, el acceso a la educación pública. Ha sido, en sentido estricto, un político popular, de los de la base de la pirámide social.
Eso también explica una cierta repulsa de los que han tenido siempre más poder social, de la clase media para arriba. No era muy estimado ni en los barrios bien, ni en las universidades, ni en los medios de comunicación, ni en los sectores culturales instalados, ni en las cimas de las administraciones públicas, ni por cierto, entre los grupos empresariales y financieros. Y eso se reflejaba también a nivel internacional.
Insisto en ese factor psicosocial de su condición de tipo venido de fuera del sistema político y cultural dominante en Venezuela, de un político no secuestrado ni domesticado por las redes de relaciones de poder y favores mutuos. Todo ello es cierto pero hay algo más, no compartía sus mismos valores y expectativas. Era lo que los norteamericanos llaman un Maverick de la política. Lo cual le facilitó ser no sólo un político alternativo sino realmente un político anti-sistema, un político que estaba objetiva y vitalmente fuera del sistema.
La debilidad mayor del llamado chavismo es que, aún cuando ha hecho ciertas políticas adecuadas en materia de Salud, Educación y de un mayor reparto del excedente social, no ha sido efectivo ni eficaz en establecer políticas activas de empleo productivo y, no ha podido o no ha sabido, incrementar la producción agrícola y de manufacturas.
Las distorsiones que ha producido en el capitalismo la economía financiera especulativa que condujo a la Gran crisis de 2008 y años siguientes con su secuela de recesión y paro, se producen, en las economías dependientes de una materia prima extractiva y extraordinariamente bien pagadas en el mercado, si no se “siembran” o se invierten productivamente esas ganancias. Esa distorsión se llama consumo improductivo y crea sectores sociales parasitarios de las rentas del petróleo.
Ningún país puede progresar si no crea abundantes riquezas, empleos para su población, y desarrolla una cultura basada en que no hay más “salvación” terrenal que el esfuerzo, el trabajo individual y colectivo. Sobre todo, si se cuenta que desde el Estado se hacen políticas redistributivas de la renta a través de políticas sociales racionales y de impuestos progresivos. Y se tiene una política de defensa de los intereses nacionales, es decir, de la población de ese país.
El gran fallo de Chávez, el talón de Aquiles que deja como legado a sus partidarios, es que pese a las rentas del petróleo, en Venezuela hay ciertos problemas de desabastecimiento y, una inflación relativamente alta –aunque para mí eso no es lo más importante. El problema ha estado en no haber hecho programas muy serios para crear riqueza, crear empleo masivo, hacer inversiones estratégicas, y apostar por la investigación e innovación tecnológica y científica (I+D+I), que es la clave de tener un país moderno con perspectivas de jugar un rol en una economía competitiva. Hoy por hoy, Venezuela, por ejemplo, depende mucho de los insumos colombianos, sobre todo, agrícolas.
Otro de los problemas que deja irresueltos es el de la seguridad ciudadana. Venezuela sigue siendo un país con falta de seguridad para su gente. Lo cual, por otra parte, viene a desmontar esos eslóganes facilones de que basta un militar (o un ex militar) en la presidencia para acabar con la delincuencia. Un país sin seguridad no es buen lugar para vivir, ni para invertir, ni para programar un futuro familiar.
Por otra parte, Chávez deja a su partido en una buena posición frente a una oposición que, aunque ha logrado unificarse y mostrarse con un estilo más democrático y tolerante, sigue siendo débil frente a la enorme fuerza política del chavismo. Si como es de esperar, y siguiendo la Constitución, se convoca a elecciones presidenciales dentro de un mes, es factible que la oposición que perdió con un alto margen de votos, y que controla solo tres estados, no pueda vencer a un chavismo que contará además con el sentimiento colectivo a favor del dirigente político fallecido.
Todo eso dependerá de que el chavismo logre real y no formalmente ir unificado, y con un programa claro, realista y pragmático. Eso implicaría, pienso, lo siguiente:
1) Poner énfasis en destinar más recursos públicos a las inversiones productivas y creadoras de empleo,
2) fortalecer pero sobre todo hacer que sea eficaz y rentable un sector público de la economía en áreas estratégicas,
3) dar garantías firmes de respeto a la seguridad ciudadana de las personas y a la seguridad jurídica de las inversiones tanto nacionales como extranjeras,
4) continuar con una política de solidaridad y de mayor integración económica latinoamericana, mutuamente beneficiosa para Venezuela y para los otros estados implicados,
5) profundizar la democracia partiendo del principio de que la participación ciudadana y el pluralismo político es la base de una democracia sana y,
6) ser fiel a Chávez en lo que es el núcleo principal de su ideario o principio político esencial: Lograr una sociedad venezolana más integrada, más cohesionada, menos desigual económica y socialmente.
Si así lo hacen el nombre de Chávez será por mucho tiempo asociado – a pesar de ciertas incoherencias y de su estilo peculiar-, a la lucha de América Latina por crear sociedades socialmente más homogéneas, políticamente más democráticas y participativas, y por tener una economía al servicio de las personas y no para beneficio de un grupo de especuladores.
Torrelodones, 6 de marzo de 2013