Carlos Julio Báez Evertsz
3 de abril de 2017
La situación política en Venezuela se complica cada vez más. La estrategia tanto de la oposición en su conjunto–pero con matices-, como del Gobierno-también con sus diferencias de posiciones-, es de choque frontal.
Los dos frentes políticos parecen apostar al todo o nada. O la victoria total o la derrota sin paliativos. En un escenario tal es difícil plantear posiciones matizadas, ya que ambos contendientes las rechazan como “traiciones”, “venderse al enemigo”, o simplemente, estar contra la “democracia” o contra la “revolución bolivariana”.
Lo primero que hay que reconocer es que hay un conflicto entre dos fuerzas legitimadas por el voto democrático popular. El Gobierno es producto de unas elecciones dónde obtuvo una amplia mayoría. El Congreso fue ganado mayoritariamente por el frente opositor en unas elecciones también democráticas.
Si no hubieran sido unas elecciones libres, pues la lógica política más elemental nos indica que simplemente no hubieran obtenido esa mayoría. Conclusión de esos hechos: tanto el Gobierno de Maduro, como el Congreso en manos del frente opositor tienen autoritas, están legitimados por la legalidad democrática.
En otros países, con enfrentamientos menos cainitas y con políticos con las cabezas más frías, ambos reconocerían que están en una situación, de lo que en Francia se denomina cohabitación. La misma se produce cuando hay un Presidente de un partido y en las elecciones legislativas gana la mayoría otro partido, por lo cual el presidente se ve constreñido a nombrar como Primer Ministro al líder de la oposición. Como corresponde a un país Parlamentario.
Obviamente, en Venezuela el caso es diferente, porque el sistema político es presidencialista. Un presidencialismo que, durante los cambios constitucionales de Chávez, restringió el poder presidencial a través de diversas modalidades de la democracia directa. De manera que es una simple torpeza decir que el chavismo fue autoritario, más bien, fue una manifestación de “populismo democrático”.
La democracia electoral es maravillosa para los políticos de no importa qué color partidario, siempre y cuando que ellos obtengan la mayoría, que ganen las elecciones. Comienza a resultar menos buena cuando los votantes comienzan a darte la espalda. Y precisamente la línea definitoria entre “verdaderos y falsos demócratas” se produce cuando las urnas no te favorecen.
En Venezuela parte de la oposición, en el pasado, cuando no ganaban elecciones, ensayaron un golpe de Estado y lo intentaron y también promovieron la violencia contra el Gobierno legítimamente constituido. También la historia política venezolana nos muestra que eso mismo hizo Chávez. Y la tentación que ha tenido parte del régimen venezolano de desconocer al parlamento tiene que ver con lo anteriormente expuesto. Una asunción instrumental de la democracia: somos demócratas cuando nos conviene.
Ahora que el Gobierno y las instituciones venezolanas han rectificado el rumbo erróneo y ha dejado a un lado una actitud putschista, en un arranque de síntomas de enfermedad infantil del izquierdismo; lo que cabe esperar es que se propugne por una racionalidad en el proceso, las actitudes y las decisiones políticas-legislativas.
Que se deje a un lado, tanto por el Parlamento como por el Gobierno, los intentos de extra limitarse en sus funciones e intentar ir más allá de la legitimidad que le otorgan las leyes y la Constitución. La oposición, que legisle sin pretender cargarse al Presidente y, que el Presidente, no trate de desconocer al Parlamento. Que se utilice a los mediadores internacionales, de los cuales forma parte el ex presidente dominicano Leonel Fernández, para tranquilizar las aguas.
El gran reto de la oposición es que en los próximos eventos electorales consolide su mayoría y, con actitudes exageradas y extremistas, a lo mejor no lo consigue. Entre ellas incluyó la ofensiva del Secretario de la OEA, que alienta la actitud patriótica de los venezolanos y el nacionalismo latinoamericano.
Por parte del Gobierno, su desafío es recuperar la ilusión que tenían sus partidarios cuando gobernaba Chávez. Para ello le hará falta algo más que logomaquia, palabrería y gestos inoportunos e imprudentes, que dan clara muestra de debilidad política.
Ya expuse años atrás, tratando sobre Venezuela, que la debilidad intrínseca a todos los populismos es que se basan sobre todo en el clientelismo a través de políticas de subvenciones sociales para los más necesitados y, eso funciona, cuando la economía está en auge.
En los momentos de recesión, cuando es imposible seguir con las donaciones, y dado que no se ha educado y organizado políticamente a esos sectores, éstos caen de nuevo en las manos de la vieja política y de los nuevos políticos de la derecha. A veces con menos nivel y sabiduría política que sus antecesores.
El talón de Aquiles de los populismos, por muy progresistas que se consideren o sean, es que se centran en el líder carismático y no tanto en la articulación organizativa, la formación política y, en una cultura cívica, de que hay que contar con sus propias fuerzas, con su capacidad de trabajo, de disciplina y de organización. Ningún líder salva a nadie y, mucho menos, a las clases populares. La liberación del pueblo es una serie de actos, un proceso, del que depende su auto emancipación. No hay sustituto a ello. Todo lo demás, al final, es un espejismo. (Torrelodones, 3 /4/2017)