Carlos Julio Báez Evertsz
22/09/2017
Sobre todo, después del triunfo de Macri en Argentina, se alzaron voces muy “autorizadas” para pontificar el fin del ciclo de gobiernos progresistas en América Latina. Sin embargo, la situación no es tal como preveían esos augures.
Precisamente en Argentina se ha anunciado, más de dos semanas después de las elecciones celebradas el pasado 13 de agosto, que la victoria anunciada y festejada del partido de Macri ¨Cambiemos”, sobre la candidata de “Unidad Ciudadana”, la ex presidente Cristina Fernández viuda de Kirchner, en realidad no se ha producido.
El conteo final da una victoria por escaso margen, pero triunfo electoral al fin, de Cristina Fernández con el 34, 27% de los votos, contra el 34,06 del macrismo. La diferencia fue de sólo 20.324 votos. Pero en democracia un único voto más es fundamental, es la línea roja que separa la derrota de la victoria.
Lo que esto significa es que el kichnerismo no está enterrado y que Macri, desde que accedió al gobierno, no ha aumentado su popularidad y si sigue sus políticas neoliberales, como es previsible y sus partidarios de dentro y sus patrocinadores y simpatizantes de fuera, así esperan, difícilmente pueda reunir los votos populares para seguir gobernando otro mandato. El macrismo sería un interregno en el ciclo político de gobiernos populistas-progresistas.
Las izquierdas latinoamericanas, como es de esperar, entre el neoliberalismo y el populismo con políticas sociales e índices de reducción de la desigualdad social, opta por los gobiernos tipo Kichner, Maduro, el Brasil de los tiempos de Lula y otros, como los de Uruguay, Chile, e incluso la Nicaragua del excéntrico Ortega.
Más aún cuando, desde los centros políticos hegemónicos del capitalismo financiero globalizado, se arremete contra esos gobiernos tratándolos como si fueran verdaderos enemigos, cuando en realidad son gobiernos capitalistas que reclaman menos voracidad y tratan de ampliar sus mercados internos, con políticas más integradoras de la población excluida, tanto del beneficio social como del mercado como consumidores.
Se puede entender que entre el dilema, neoliberalismo duro o capitalismo más redistributivo, a los que se les supone que abanderan a las clases y sectores populares más pobres se inclinen por los segundos. Es una reacción digamos instintiva.
Ahora bien, hay que preguntarse si no es tiempo ya de que la izquierda abandone su actitud de furgón de cola de los gobiernos “un poco menos malos”, y actúe con más ambición política y con voluntad de poder, siguiendo los lineamientos de al menos una de las corrientes progresistas que en el siglo XX se consideró el horizonte infranqueable de nuestra época –según Sartre-, es decir, del marxismo crítico. Si es el momento, entonces, hay que prepararse para llevar a cabo políticas realmente de izquierdas.
Pasar de la idea a los hechos sociales, obviamente no es tarea fácil. El camino hacia el poder no es un tobogán lubricado por el que uno se lanza y se desliza hasta alcanzar sin obstáculos el objetivo deseado. Hay trabas teóricas, organizativas, conflictos de egos, problemas de logística, de malos hábitos arraigados y, un largo etcétera, que siempre se ha querido ilustrar con el mito de Sísifo, condenado a un trabajo eterno y sin sentido.
Precisamente ese símbolo de Sísifo es el que hay que descartar como una traba mental, un obstáculo en el conocimiento de lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo. La política no es sólo reflexión teórica, requiere un acto volitivo, hay que lanzarse al ruedo, con personalidad organizativa propia, con estrategias distintivas, con un lenguaje acorde con los tiempos, y con una coherencia que aúne el sentido de la oportunidad táctica, con una concatenación de movimientos prácticos dirigidos siempre a dar la voz a los explotados, oprimidos y humillados, pero, sobre todo, crear un concreto principio esperanza ilusionante en que luchar, organizarse. Seguir luchando es lo que lleva al triunfo.
La izquierda racional, crítica, marxista (junto a otras corrientes del socialismo de orígenes filosóficos diversos, siempre que sea consecuente con la meta final, ir más allá del capitalismo), tiene que tener un proyecto político propio y diferenciado.
Lo que no puede la izquierda es estar subordinada a los proyectos políticos de la burguesía política y económica, y a los cambios políticos e ideológicos ciclotímicos, de los que son objetivamente, una parte dominada de la clase dominante (los llamados en sentido latissimus intelectuales, de los aparatos del Estado y de la sociedad civil: periodistas, profesores, administrativos superiores, burócratas, etc. etc.).
Confundir, por tanto, gobiernos capitalistas burocráticos, populistas-democráticos, o populistas-militares, con la “izquierda de verdad”, es confundir a los sujetos políticos que son la encarnación del proyecto de izquierda, quienes no deben tener una consigna o lema política superior a aquél que reza: la liberación de los asalariados, del trabajador social colectivo, tiene que ser obra de ellos mismos. Fuera de eso, todo es y será, confusión y crujir de dientes.
Torrelodones, 22 de septiembre de 2017