Carlos Julio Báez Evertsz

Joseph B. Biden no es alguien que se pueda tildar de ser un político impresentable. Por sus maneras, por su larga experiencia, por su carrera política. Su perfil  político es el de un representante de un amplio sector de la clase media blanca de ingresos elevados. Se ha dicho que es “Mr. middle class”, el señor clase media. `

Ahora bien, su quehacer político le ha conducido a que pueda tomar las mismas o parecidas decisiones que son las que  han permitido que un personaje como Trump sea presidente. Muchos políticos demócratas e incluso muchos  republicanos tienen las mismas características y carencias de Biden. Trump ha polarizado la política entre los políticos del sistema y él como el representante anti status quo. Biden es un arquetipo de la clase política. Uno de ellos. Para el relato que maneja Trump, Biden es pan comido.

No así Sanders, que es otra cosa y desarma el discurso de Trump ante la clase trabajadora blanca y multirracial, ante las carencias del sistema de Salud, respecto a la desigualdad y concentración de la riqueza, ante la necesidad de hacer políticas económicas expansivas. Ante Sanders, Trump se tiene que encajonar en lo que es, un empresario en busca de lucro, un defensor de la América blanca y excluyente, un proteccionista, un hombre de derecha extrema o nostálgico del pasado (un reaccionario), que no comprende los desafíos del mundo actual  y el multilateralismo, y que se aliena de los aliados de EE.UU. en el exterior.

Del consenso sobre el  New Deal…

Para entender esta afirmación hay que remontarse a los tiempos de Franklin Delano Roosevelt, quien durante sus cuatro mandatos transformó a los Estados Unidos de América, de un país con gran desigualdad social y económica, conflictos sociales y de clases, en otro muy diferente, gracias a una política de estímulos económicos, impuestos progresivos, grandes inversiones públicas en presas, carreteras y obras públicas en general.

También se aseguraron los derechos sociales, económicos y políticos del pueblo trabajador, es decir, de los asalariados. Evidentemente,  el llamado New Deal o Nuevo Trato, no era una arcadia, ni un paraíso terrenal, pero fue una especie de edad de oro para la gran mayoría de los norteamericanos.

La influencia del New Deal fue duradera. Se puede decir que se creó un consenso de hecho entre Demócratas y Republicanos, que duró décadas, en que el orden político y social creado por Roosevelt no debía vulnerarse. Y la razón para ello era pragmática, los políticos sabían que quienes fueran contra ese orden, simplemente  no obtendrían los votos necesarios para seguir adelante en su carrera política.

Obviamente, comparado con algunos países europeos que tenían estados de bienestar con políticas sociales, de salud y derechos de ciudadanía más universalistas, el estado de bienestar de los Estados Unidos era más limitado, ya que el individualismo en ese país siempre ha sido más acentuado que en Europa.

Hay que remontarse a los años de la década de los 60 para ver como las fuerzas opuestas al orden “Rooseveltiano” comenzaron a ganar terreno. Los acontecimientos decisivos fueron la lucha  llevada a cabo por  el movimiento por los Derechos civiles y la guerra de Vietnam. Ambos acontecimientos fueron creando un creciente malestar con la clase política  y con el Gobierno, entre muchos ciudadanos y especialmente entre las filas de votantes del Partido Demócrata. Se produjo una deserción de los miembros demócratas más racistas -opuestos a que se igualara en derechos civiles y políticos a la población negra-, hacia los republicanos y, eso  continuó, en la década de los 70.

El New Deal había contribuido a crear y a desarrollar a esa clase media blanca de los llamados suburbios o barrios residenciales de las afueras de las grandes ciudades, pero la movilización contra la guerra de Vietnam y la de los negros americanos, con sus reivindicaciones cívicas y políticas centradas en la identidad y la raza, contribuyó a que parte de esa clase trabajadora asalariada de ingresos medios y altos de los suburbios, se fuera haciendo más conservadora y reprodujo el modelo de pauta de conducta social de lo que fuera de EE.UU. se llamaría la reacción típica de miedo a los que se sitúan debajo de ellos, propia de la pequeña burguesía , muy conocida en Europa en los momentos de auge de movimientos fascistas.

al orden neoliberal conservador

Hay que señalar que aún incluso cuando había un consenso con las políticas del New Deal, los medios corporativos habían financiado la creación de poderosos “think tanks” y fundaciones, dedicados a estudios y difusión de políticas conservadoras, de elogio a las virtudes de la libre empresa y del mercado, y de los beneficios que tenía para todos, que se dejara actuar a las fuerzas del mercado sin ninguna restricción “autoritaria” o “totalitaria” de un Estado regulador  e intervencionista, bautizado como “socialista” o “para-comunista”.

Las ideas de un Hayek -que en Europa era considerado entonces poco menos que  un extremista individualista-, entre esos grupos de derecha radical era una guía. El Partido Republicano fue acogiendo esas ideas y a esos grupos en su seno. Y así se fue difundiendo una ideología de fundamentalismo de mercado en lo económico y racista en lo social, que fue calando entre sectores de medios y altos ingresos de la sociedad blanca e incluso en los sectores negros e hispanos o latinos, más privilegiados o simplemente más oportunistas, descerebrados o desorientados.

Así pues, se fue sustituyendo el consenso “progresista” o liberal de manera gradual pero sin pausas. La elección de Reagan fue el momento de lo que pedantemente se puede denominar la “ruptura epistemológica” con los valores del New Deal. Si como se afirma por algunos Roosevelt utilizó el poder del Estado con el objetivo de mejorar la vida de la gente, Reagan a partir  de 1980 dijo que haría lo mismo pero en dirección inversa, estableciendo un orden neoliberal conservador.

Los mantras de Reagan eran: bajar los impuestos especialmente a los que tienen ingresos y beneficios del capital más altos, menos intervención del gobierno en el mercado y la vida de las personas, y políticas  a favor de los negocios en general que, según los neoliberales, crearían prosperidad  y esta  se filtraría a todas las capas de la sociedad. Este era el mito neoliberal: al ayudar a los más ricos toda la sociedad, inclusive los más pobres, se beneficiarían.

Estas ideas se convirtieron en hegemónicas y fueron sustituyendo a las ya consideradas anticuadas  del Nuevo Trato. Keynes fue vilipendiado. Milton Friedman se convirtió en el nuevo profeta económico del neoliberalismo desde Chicago, pasando por Washington, hasta  el Chile de Pinochet.

En el Partido Demócrata también los políticos se adaptaron o aceptaron tales ideas y decidieron que era mejor y más beneficioso para ellos nadar a favor de la corriente que no en contra. Eso les permitía además obtener más financiación para sus campañas por las corporaciones. Si antes todos eran pro “new deal” o keynesianos, para evitar su suicidio político, ahora todos o casi todos, eran neoliberales friedmanianos, por igual motivo.

Lo que ocurre es que los resultados económicos y sociales no respondieron a las expectativas triunfalistas de los neoliberales. Las rebajas a los impuestos de las sociedades, al patrimonio, a la herencia, al impuesto de la renta de los de más altos ingresos, no se filtraron hacia toda la sociedad sino que llevaron a una hiper concentración de la riqueza y del capital en muy pocas manos.

El resultado de las políticas neoliberales

También se redujeron los programas sociales que aseguraban un relativo bienestar o la simple supervivencia a los trabajadores de menos ingresos. El neoliberalismo hizo que para la abrumadora mayoría de los americanos la vida les fuera peor. Resumo el resultado de estas políticas con lo expuesto por el premio Nobel de economía en 2001, Joseph E. Stiglitz (2015, La gran brecha):

“Todo el crecimiento de las últimas décadas -y más-ha beneficiado a los de arriba. Si hablamos de desigualdad de rentas, Estados Unidos está más atrasado que cualquier país de la vieja Europa (…) Los países que más se parecen a nosotros son Rusia, con sus oligarcas, e Irán.

 (…) un motivo importante de que tengamos tanta desigualdad es que el 1 por ciento más rico quiere que sea así (…) Los miembros del  1 por ciento más rico poseen las mejores casas, los mejores colegios, los mejores médicos y las mejores formas de vida, pero hay una cosa que no parece que el dinero pueda comprar: saber que su suerte está unida a las condiciones de vida del 99 por ciento restante. Eso es algo que, a lo largo de toda la historia, el 1 por ciento ha acabado siempre por comprender. Pero demasiado tarde”.

El centro neoliberal: Clinton y  Obama

Los políticos demócratas  que sucedieron a Bush no se atrevieron a desafiar el orden neoliberal y lo que hicieron fue acomodarse al mismo. Tanto Bill Clinton como Obama, no tomaron medidas para disminuir la brecha de la desigualdad. En política internacional  no se distanciaron demasiado de los halcones, y siguieron la tradición demócrata de hacer la guerra, con la justificación de intervención humanitaria u otros motivos, pero siempre en defensa de intereses geopolíticos, de mercados o control de recursos.

La elección de Obama fue un momento importante en la historia de los EE.UU. por ser el primer presidente no blanco (negro según el criterio binario racial imperante en ese país y por su auto aceptación como negro, cuando en realidad es un caso de manual, de persona mezclada), madre blanca – de Wichita, Kansas- y padre negro –de Nyangoma-Kogelo, Kenia-,por tanto, un “mixed”  al 50 por ciento, no un” black”, pero el mito blanco esclavista del “one drop” se ha  impuesto en el imaginario colectivo y  se acepta por interés utilitario político personal.

Obama, además de demostrar para los norteamericanos reticentes a la ciencia, la experiencia  y la ideología cristiana sobre la igualdad, algo harto evidente, que el color de la piel no significa ninguna diferencia esencial entre las personas, hizo algo muy importante en su presidencia, tratar de aprobar una Ley de ampliación de la salud a la mayor parte de la población, aunque los obstáculos hicieron que se recortara sus objetivos.

También se le debe la ley del sueño americano (Dream Act), que permitía a los niños permanecer en EE.UU. y poder asistir a las escuelas, aunque fueran hijos de ilegales. Si bien, cumpliendo con las leyes vigentes -que un Presidente está obligado a cumplir, salvo en los países donde gobiernan políticos bananeros que no respetan las sentencias de los tribunales-, debió expulsar unos tres millones de inmigrantes ilegales de los 12 millones de irregulares que en 2005 fuentes oficiales estimaban que vivían en su territorio, 3 de ellos en California, 1,5 millones en Texas, 1 millón en Miami,  500 mil en New York y Arizona. (M. Kravetz, 2008, Obama)

Obama fue un revulsivo político ya que movilizó a los demócratas y progresistas para apoyarle y muchos jóvenes, antes apáticos, participaron en la campaña y se movilizaron por las redes sociales para incluso financiar parte de la campaña. Gracias a eso pudo ganar.

Hillary , arrollada por el neopopulismo de derechas

Cuando el partido Demócrata en 2016 postuló a Hillary Clinton, una representante del ala centrista neoliberal, ella cometió el error de no percibir los cambios que se habían producido y, puso como diana de su campaña, obtener el apoyo de los votantes más ricos y de los prósperos residentes de los suburbios, que ya se habían inclinado a votar por los Republicanos.

 También se le achaca que al igual que la mayoría de la élite política estaba muy volcada en la defensa de los intereses corporativos de las grandes empresas, mientras descuidaba la defensa de los intereses de los trabajadores de salarios más bajos, de aquellos que habían perdido su trabajo, de los que vivían en zonas dónde sus empresas habían cerrado o estaban en franca decadencia. Junto a ello  se le acusa de que mezclaba el trabajo político con el enriquecimiento de su familia. Y eso hizo que no suscitara una movilización y entusiasmo de votantes demócratas,  jóvenes y de minorías, a su favor.

Se enfrentó con un oponente totalmente inesperado, Donald Trump. Si el discurso electoral y las promesas de éste hubiera sido más derechista que el de Hillary Clinton, ella hubiera ganado, pero Trump rompió los esquemas: atacó ferozmente la corrupción de los Clinton y del entero sistema político, criticó las guerras en el exterior, los acuerdos de libre comercio que según él perjudican a los empleos de los norteamericanos y en sus discursos mostraba comprensión hacia la clase trabajadora y afirmaba que solucionaría todos esos problemas. Que América volvería a ser de nuevo la tierra de promisión.

Dice el analista   B.Marceti (2020, Yesterday’s Man) que “Trump se aferró a la acomodada base republicana y despegó a los votantes de la clase trabajadora lo suficiente de Clinton, mientras que muchos votantes demócratas tradicionales, sin ver nada que les interesara para sí mismos en ninguna de las dos opciones, no se molestaron en votar en absoluto”. Hillary obtuvo más votos populares pero Trump ganó la presidencia.

Biden, no representa un cambio de rumbo

Veamos ahora la semejanza entre la candidata Hillary Clinton y Joe Biden. Biden desde el inicio de su candidatura ha tenido un apoyo sostenido de los medios de comunicación principales, que lo ven como el político ideal para sustituir a Trump. Eso también pasó con Hillary. Ésta fue atacada por las políticas que su marido impulsó de justicia criminal que golpeó predominantemente a la comunidad afroamericana. Biden -por su parte-fue uno de los principales arquitectos de un sistema racializado de encarcelamiento masivo.

 La política neoliberal de Clinton alejó a muchos votantes pero  Biden no es diferente, fue uno de los primeros que adoptó el neoliberalismo y  tuvo éxito en lograr que se introdujera en el Partido Demócrata.  Sus posiciones en materia de política exterior, durante décadas, no ha sido diferente a la de los halcones.

 Tratando de ser aceptado por todas las personas y grupos, Biden se ha aferrado a una estrategia similar a la de Clinton de decirle a diferentes audiencias lo que quieren oír. Y aunque no llega a las alturas de corruptelas en la que Clinton y Trump  presuntamente han estado envueltos, es indudable  que Biden ha tenido una proclividad a seguir las instrucciones de los acaudalados y los intereses corporativos que le apoyan y mientras, deja que su familia se beneficie de sus conexiones políticas  (caso de los manejos de los negocios de su hijo en Ucrania).

Así pues, no parece que Biden tenga el tirón suficiente para enfrentarse con éxito a un Trump que ha demostrado no respetar las reglas políticas habituales, ni en su discurso ni en sus actos. Obviamente, todo esto puede cambiar con la pandemia del coronavirus, pero desde mi punto de vista, para enfrentar a Trump el candidato demócrata ideal  ahora es Bernie Sanders, que en estos tiempos de incertidumbre, tiene una personalidad  política muy definida, un atractivo para votantes jóvenes y para parte de la clase trabajadora que en 2016 o no se movilizó a votar o lo hizo por Trump. Y da seguridad de que sus políticas económicas son las adecuadas para los tiempos de recesión que vienen. En tiempos del  covid-19, Sanders para Presidente.

Torrelodones, 24 de marzo de 2020