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La soberbia de Israel le ha metido un gol en propia puerta en Jerusalén
Amira Hass
¿Cómo han podido ser tan idiotas? Es la pregunta que una y otra vez se repite en Jerusalén. Es palestina la gente que se lo pregunta, y la pregunta se refiere a las autoridades israelíes, que han adoptado decisiones que incluso desde la perspectiva israelí son estúpidas porque han inflamado una ciudad dividida, o para ser más precisos, la mitad oriental que incluye la Ciudad Vieja.
Tiene un aspecto positivo esta estupidez. Es semejante al alarmado cable diplomático que informa a su capital de que unos lunáticos con apariencia de “país de las start-up” y amantes de la música han descifrado el código para detonar una cabeza explosiva. La estupidez pone de manifiesto la vinculación entre la propensión de Israel a expulsar (del barrio de Sheij Yarrah, en Jerusalén, por ejemplo) y su hondo e instintivo desdén por sus súbditos musulmanes. La estupidez demuestra de qué modo el país que ha mutilado aldeas y ciudades palestinas como Belén, la Ciudad Vieja de Hebrón, Nebi Samuel y el barrio mugrabí [marroquí] de Jerusalén para que los judíos puedan celebrar sus ceremonias está mostrando desprecio y desconsideración hacia el Ramadán y los santos lugares islámicos.
La esperanza es que países amigos como Alemania, los Emiratos Árabes y los Estados unidos se den cuenta de lo peligroso que resulta Israel y lo contengan. El peligro es que estos países vuelvan a abstenerse de actuar, que los palestinos paguen un alto precio y nos acerquemos a la explosión siguiente, todavía más peligrosa.
Así es cómo se desarrolló la estupidez de Ramadán: clausurando los escalones frente a la Puerta de Damasco, atacando a los manifestantes en Sheijh Yarrah y programando una vista del tribunal sobre la explosiva cuestión del destino del vecindario el día en que los nacionalistas judíos planificaban su victoriosa marcha por la Ciudad Vieja. Siguió luego con las brutales cargas de policiales en el recinto de al-Haram al-Sharif y sus mezquitas (uno de esos ataques, especialmente aterrador y escandaloso, tuvo lugar mientras escribía esto el lunes por la mañana [10 de mayo]).
Cerca de 1.800 millones de personas de todo el mundo celebran el Ramadán. De ellos, sólo siete millones viven en Tierra Santa, entre el río Jordán y el Mar Mediterráneo, y sólo unas pocas decenas de miles han podido rezar este año en el recinto de al-Haram al-Sharif. Pero por razones históricas y políticas, no sólo religiosas y estéticas, la Cúpula de la Roca se ha convertido en un símbolo islámico y el conjunto del recinto en un lugar del patrimonio universal.
E Israel escupe encima. Cientos de millones de musulmanes tendrán difícil olvidar las desagradables imágenes de la policía del Estado judío con cascos y rifles mientras profanban el recinto y atacaban a miles de musulmanes en ayunas con granadas de aturdimiento, gases lacrimógenos y una lluvia de balas de metal recubiertas de caucho. La transmisión en directo desde cientos de teléfonos móviles muestra los medios de represión a disposición del Estado y de qué modo el Estado judío considera Al-Aqsa como un escenario para demostrar la brutal fuerza de la policía.
Israel ha descrito su ataque como la única respuesta lógica a los jóvenes que arrojan piedras y botellas de agua, y a su capacidad de organización y a la probabilidad de que actúen. Pero el lunes daba la impresión de que la meta principal de la policía consistía en preparar su pobre imagen pública (sus más exitosos hermanos del servicio de seguridad del Shin Bet, el Mosad y la Inteligencia Militar le regañaron a través de los medios) y satisfacer a los fieles del Monte del Templo, a los que por una vez se prohibió realizar su provocativa subida al recinto. Al actuar de ese modo, la policía de Israel convenció a más jóvenes palestinos de que la rebelión es la única opción y reforzó el atractivo de los grupos nacionalistas islámicos.
La estupidez está en la soberbia de un país convencido de que es omnipotente y que ha terminado por construir un muro de hierro para proteger su territorio de un alzamiento que estaba destinado a acontecer. El gobernante se ha metido un gol en propia puerta y les ha concedido a los jóvenes palestinos otra oportunidad de mostrar que nada de lo que pasa aquí es normal, hablando así en nombre de su pueblo. Pero si los amigos de Israel no actúan rápidamente en contra de la arrogancia israelí, aumenta el riesgo de que la estupidez apresure el día en que el problema de la ocupación se convierta en una guerra religiosa que se extienda por las fronteras del país
Fuente: Haaretz, 12 de mayo,